EL DRAMA FAMILIAR
F. Ortega Bevia
La agresividad y la violencia en el joven son un gravísimo problema. Un problema que tiene distintas dimensiones y se despliega en distintos ámbitos para la sociedad, para la comunidad, para las instituciones, para la familia, incluso especialmente para el propio joven.
En este trabajo he decidido centrarme particularmente en uno de estos escenarios, el de la familia. Me ocuparé de la dimensión familiar del problema por cuanto el compromiso que las relaciones del adolescente con su familia tienen en la génesis y en la configuración del mismo, como más allá de esta cuestión, me ocuparé de la familia cuando ella misma es el objeto al que se dirigen la violencia y la crueldad de algunos adolescentes. En esta última perspectiva, estaremos en un problema que puede trascender, y lo hace, a la consideración de crisis de rebeldía, o de mal comportamiento, o de agresividad, de un joven en su casa, para dibujarse como un Drama Familiar. Un drama que en ocasiones se desliza en una dirección sin retorno hacia un inevitable destino, hacia la fatalidad y la tragedia, una narrativa en la que se hacen presentes, en la que en el centro de la escena esta el discurso de la locura y la muerte. La destrucción, la brutalidad se hacen esencia del sentido de la vida de los miembros de la familia que quedan atrapados en este drama. En esta situación Ivan Karamazov, se preguntará de modo retórico en el intento de justificar los hechos: ¿quién no ha deseado matar a su padre?
Trataremos de encuadrar previamente el contexto en el que se enmarca la crisis del joven y el desenvolvimiento de la violencia.
Vaya por delante una consideración respecto de la cronología y de la dimensión epigenética de los hechos y de las crisis. La psicología viene postulando esta crisis en relación con la adolescencia. Se afirma que la adolescencia es una época de la vida en las que los jóvenes tienen que afrontar profundas dificultades emocionales y relacionales. Un periodo de la vida en el que el comportamiento inadecuado, rebelde, contradictorio, oposicionista, proclive a la confrontación y a los ademanes agresivos son pauta de la normalidad. El adolescente es alocado, excéntrico, impaciente, disconforme. Pero solo un pequeño porcentaje de ellos está enfermo, muy pocos de ellos presentan dificultades cuya gravedad exige la consideración de hacer necesaria una intervención terapéutica.
Tendemos a considerar, a la adolescencia, como uno de los momentos críticos de la vida. Desde su propia perspectiva, en el discurso de su intimidad, el adolescente, "se busca a sí mismo", trata de reconocerse y definirse. Trata de aceptarse, de reconocer y hacer suyo lo propio, su cuerpo, su entorno, sus circunstancias, como diría Ortega y Gasset. Pero también al otro, la otredad es la esencia de la construcción de sí mismo. El otro es a la vez el vehículo del reconocimiento de una parte importante de la mismidad y a la vez una amenaza a la afirmación de uno mismo y de la autoestima. Es por esta vía, por la que el otro (en la proximidad o en la familia) se hace destinatario de impulsos cuya finalidad es la de la autoafirmación, la autonomía, el reconocimiento de nuestra identidad y de nuestra autoafirmación. Este discurso de diferenciación progresiva y de afirmación, es responsable de los comportamientos excesivamente firmes e inflexibles, de la rebeldía, de la agresividad e incluso de la violencia de los jóvenes.
El otro, en tanto que próximo y partícipe del destino de éste, comprometido con este discurso. El otro en tanto que parte de la trama de lazos que soportan el sentido de la pertenencia, los que están en el rubro del "nosotros", más intensamente implicados que el "próximo", y que están sujetos a las interacciones y al diálogo en las que se hacen presentes en las crisis del joven la agresividad y la violencia.
Hemos sostenido en diferentes publicaciones sobre las distintas crisis del ciclo vital, que las crisis en el curso de la vida cuando las consideramos desde el punto de vista de la intimidad de la persona, que las vive frente a sí mismo y frente al mundo. Y que se caracterizan por la doble conjunción del proceso de "hacerse cargo" de sí mismo y de decidirse por un "sentido" y una "forma de vida". Proceso que Goldstein vincula a la autorrealización, que para Spranger esta ligado a los valores, para Schopenhauer al esfuerzo por mantener la existencia, para Heidegger y Sartres con la existencia y la confrontación con la nada.
Cuando las crisis de la vida las consideramos desde la perspectiva de la interdependencia interpersonal que caracteriza a las relaciones en el medio que define al sentimiento de pertenencia, esto es, en las relaciones familiares, éstas vienen a definir una situación en la que los miembros de la familia se ven implicados con el sujeto en un proceso de cambio de las relaciones mutuas. Se ven en un compromiso que tiene que ver con el cambio de las reglas y de los acuerdos con los que rigen sus relaciones.
En el contexto de la crisis los miembros de la familia se ven obligados a establecer cambios en la posición que sostienen dentro de la misma, en la alineación que tienen en relación con los agrupamientos de los otros miembros con relación a determinadas cuestiones o con la participación en las funciones ejecutivas, en las atribuciones que tiene su emplazamiento y en los modos de relacionarse. A la altura de la crisis de la adolescencia, los otros de la familia es posible que no puedan seguir manteniendo los términos de equidad con el joven que éste requiere en la empresa de alcanzar la autosuficiencia, y afirmar su identidad y su autonomía. Las figuras parentales es inevitable que tengan que negociar con el joven el margen de las alternativas de decisión que pasan a ser competencia del joven. Es necesario que tengan que definir los límites que caracterizan a la pertenencia y los que definen el estilo y los márgenes de negociación de acuerdos y de establecimiento de nuevas reglas.
Así el joven puede negociar sobre su cuerpo, su apariencia, su estilo de vida, etc. Así se enseñorea sobre lo que constituye el capitulo de "lo mío". Puede negociar sobre su participación en los ritos familiares (comidas, actividades comunes, celebraciones…). El joven puede negociar todas estas cuestiones pero manteniendo y consolidando, a la vez, los elementos de carácter que definen la forma y el estilo de vida de su familia, tanto de lo recibido a través de la transmisión transgeneracional como de lo establecido por la experiencia común.
El concepto de crisis, desde un punto de vista ideológico, hace referencia a un momento difícil, grave o decisorio en el curso de algo o en las relaciones con otras personas. Cuando en el seno de una familia las circunstancias, o las demandas de alguno de sus miembros (en el caso particular que estamos considerando, uno de los hijos) producen una tensión que no puede resolverse con los recursos habituales de la misma, se configura una crisis que representa la necesidad de introducir cambios en la sistemática de las relaciones de los miembros de la familia. Así particularmente se ven implicados el posicionamiento y las reglas de relación que afectan a la vinculación del adolescente con ésta.
Las crisis que afectan a las personas a lo largo de la vida, particularmente la crisis de la juventud, son un hecho natural. La consideración de la dimensión del tiempo es particularmente, cuando nos referimos a los organismos vivos, especialmente el hombre, son una consideración de la realidad del curso de la vida, del desarrollo, de la progresiva diferenciación de la persona, de su compromiso ineludible con el destino. El pequeño de los Pérez es identificable fundamentalmente por su pertenencia a la familia Pérez, esta idiosincrasia le diferencia poco de otros pequeños. Pero a medida que cursa la vida hay un momento en que José es tan solo por referencia un Pérez, su idiosincrasia le distingue de sus pares. De no ser así habrá sucumbido a los peligros de la crisis y habrá caído en una de las dos alternativas que le amenazan, se habrá ajenado, haciéndose indistinguible del estereotipo de cierta masa de adolescentes; o, por el contrario, se habrá dejado absorber y simbiotizar en el magma familiar quedando indiferenciado.
El la crisis juvenil se plantea la necesidad y la tensión por llegar a ser "uno mismo", parafraseando a Ibsen, queremos resaltar que el derecho a llamarse persona hay que ganárselo. El joven no alcanzará el logro de su identidad y de su autonomía sin esfuerzo y sin sufrimiento.
Es este sentido de consideración de la vida, el que nos lleva desde la teoría de sistemas a una posición metasistémica, que nos gusta definir como esencialista. Nos gusta considerar el curso de la vida, el proceso de diferenciación y las crisis que concurren en este proceso produciendo cambios, como "las cosas de la naturaleza". Frente a los eventos de la vida está la "naturaleza de las cosas" cuya virtud es preservar la integridad, mantener la identidad, sostener la pertenencia. Así en el dialogo entre la necesidad y el requerimiento de cambios que deben permitir la diferenciación del joven y que responde a "las cosas de la naturaleza", se hace contrapunto con la propia "naturaleza de las cosas" que garantiza la continuidad. Así en cada momento la vida cambia para poder persistir. Cambia para garantizar la persistencia.
Este momento de la vida que es el de la crisis del joven, la tensión de autoafirmarse y de alcanzar la autonomía puede traducirse en violencia en las relaciones con cualquiera de los encuadres en los que esta comprometido con el cambio que éste requiere. Las instituciones, las relaciones de proximidad, y la familia se ven implicados en este proceso. Asumen la responsabilidad de la persistencia en el contexto del cambio. Pero en todos está presente el escenario íntimo del joven. Está comprometido con las coacciones que su comportamiento produce en los distintos escenarios. Puede sentirse limitado, confrontado, incluso traicionado en las relaciones de camaradería, donde la lealtad rige los criterios de unas relaciones que se enmarcan en las reglas o en los criterios de grupo o de pandilla.
Las tensiones y en su caso los enfrentamientos pueden ser mas intensos cuando el encuadre en el que se debaten las dificultades para instaurar un cambio se producen en el ámbito familiar.
En la crisis en la que la familia acoge este discurso la violencia esta impulsada por fuertes tensiones que derivan de las dificultades que imprime este proceso a la familia y al entorno en la modificación de sus transacciones. Transacciones que oscilan entre el polo de aceptar las presiones que requieren que se mantenga con fidelidad el tipo de compromisos, alianzas y lazos con cada uno de los miembros de la familia y obligar a sus componentes a introducir cambios en estas relaciones. Ello determina la resistencia a que abandone su posición y su papel con ellos. Así, la manera como en el pasado, este joven, ha regulado sus relaciones de ayer se convierten en una atadura que limita sus posibilidades de hoy. De este modo los
que le limitan con estas ataduras se convierten en objeto de su disconformidad, su confrontación y su violencia.
Por otro lado, el joven inmerso en esta crisis, se ve impulsado hacia el polo en que la sociedad representa los valores que permiten autoafirmarse, que definen su identidad. Pero también los elementos en los que se puede perder transformando en fanatismo su impulso a integrase en los grupos de referencia.
La violencia del joven se hace presente en los escenarios diferentes. Puede hacerlo, como señalábamos antes, en el ámbito de las relaciones de proximidad, donde el joven esta introduciendo intercambios muy importantes para construir una integración social personalizada. Aquí los iguales, los prójimos, los que son contrapunto participante de su identidad, como lo es él en la de ellos son el elemento constituyente de los cambios. Ellos están implicados en el sentido que ha impreso a su vida como él lo esta en la de ellos. La intimidad requiere del otro como la obra literaria requiere del lector.
El segundo escenario es el de las Instituciones. Algunos jóvenes con su violencia han hecho hoy de algunas instituciones un lugar en el que está ausente en el sentido de las relaciones interpersonales el respeto y la construcción de las normas. La institución escolar, especialmente, vive momentos dramáticos porque toma allí cuerpo, actualmente, el proceso de escalada de la violencia que se desplaza a menudo desde las dificultades íntimas y familiares no resueltas. Pero también, porque la institución enseñante ha perdido los criterios normativos y la capacidad alternativa de hacer acuerdos como soporte de el establecimiento de reglas de relación.
Pero el cometido de este trabajo es ocuparnos de un tercer escenario que es primordial en relación con el tema de la violencia en el joven. No debe dejarse de lado el hecho de que los objetivos mismos de la familia la comprometen a la protección de sus miembros, pero también a la socialización de los mismos. El desarrollo de la violencia en el escenario familiar se traduce en las dificultades con los hermanos pero sobre todo con los padres.
Como ya he señalado con anterioridad, mi posición respecto a crisis juvenil discrepa de la de Haley y está mas cercana a algunos de los postulados de Fischman. Para Haley la conducta desequilibrada en los jóvenes debe entenderse como un fracaso en alcanzar la autosuficiencia. En la incapacidad para realizar el proceso de desengancharse de la familia. En mi opinión no se trata de precipitar al joven fuera de la familia, sino de transformar las relaciones entre él y los otros miembros de la misma. La secuencia que conduce a la autonomía del joven debe garantizar que los lazos y las normas de relación resultantes puedan proteger a ambas generaciones la de los padres y la de los hijos ya desvinculados funcionalmente del medio familiar de origen.
Pero la capacidad para alcanzar la autosuficiencia y autonomía no es tan solo imputable al joven. Esta incapacidad y la crisis familiar hunden sus raíces en una estructura organizacional y funcional de tipo anómalo de la propia familia.
En el Drama Familiar, cuando la familia es el escenario de la violencia, hemos de considerar varios factores. La importante reflexión sobre la consideración de que "no existe violencia sin violencia". El análisis de la influencia, que tienen sobre el desarrollo de la violencia, determinados lazos que comprometen al joven con miembros del sistema familiar, particularmente con alguno de los padres, y que van
desde lo inconveniente a lo perverso. La coherencia de las normas y reglas del sistema familiar. Elementos que a menudo están más de uno presentes.
Cuando señalamos que no existe violencia sin violencia hacemos regencia a que la violencia surge por lo común en el marco de la violencia. Muchos jóvenes violentos han estado inmersos en una familia donde la violencia era un hecho común en la relaciones entre sus miembros. Jóvenes que han vivido la experiencia de la violencia en familia antes de que ellos mismos hayan recorrido la escalada de la violencia para dar un tinte dramático ala convivencia en la familia o a los hechos ocurridos en ella.
La violencia ha servido en su origen para autoafirmar al joven, pero ahora es la consecuencia de una tensión resultante de las relaciones familiares, ahora ya no está al servicio de la autoafirmación, sino de la escisión y de la revancha. El ha sido en el pasado receptor de la violencia que se ha empleado con él como castigo para procurar su corrección o su escarmiento. La violencia aquí tuvo un arranque unidireccional de los padres hacia el joven, ahora el joven al revelarse la hace bidireccional. Al aumento de las sanciones sigue la deslegitimación del castigo y la violencia como réplica. La violencia tiende a hacerse simétrica y se inicia la escalada, como ocurre en la familia Karamazov de la obra de Dostoieski. Así la escalada desde el principio conduce a un proceso de relaciones en las que toman carta de naturaleza el odio, el rencor, el sentimiento de traición, las humillaciones y otras experiencias sombrías que van escribiendo un relato que tiende a conducir a través del drama a la escenificación de una tragedia.
La aparición de la escalada de la violencia modifica cuestiones muy importantes en el orden estructural y funcional de la familia. La violencia se sitúa en el plano principal de la vida del joven. Se busca y se mantiene una falsa simetría con alguna o ambas figuras parentales a las que se ofende, insulta, desprecia y hostiga que precipita acontecimientos, amenazando el orden jerárquico, hacia la escena de la tragedia. Edipo se ve impulsado a matar a su padre para ocupar su lugar jerárquico y para vincularse íntimamente con su madre. Pero a su vez Edipo es la consecuencia de la violencia, procura la muerte de un padre que no dudó en enviarlo a él mismo a la muerte.
Los jóvenes que han sido internados en centros de reforma por diversos delitos en Andalucía confirman estas afirmaciones que venimos haciendo. De ellos solo un 4 % corresponde a jóvenes que provienen de familias que pueden considerarse que tienen un nivel de organización y una dinámica adecuadas. Frente a ello un porcentaje que oscila en torno al 80%, de jóvenes delincuentes que provienen de familias desestructuradas, marginales, o subproletarias. De ellas en un 70 % la violencia esta institucionalizada dentro del marco de las relaciones familiares, y con frecuencia en las relaciones entre ésta y la sociedad, con frecuencia existen antecedentes delictivos en varios miembros de la familia. De éstos debemos señalar que un 14 % había agredido a otros miembros de la familia. Un 3 % había realizado abusos y agresiones sexuales contra un progenitor o un hermano o hermana. Alrededor de un 4 % estaban acusados de intento de homicidio o de homicidio. Un porcentaje muy reducido recluta a los parricidas o matricidas.
La Escena Sombría.
Es difícil asimilar, incluso comprender cómo sujetos jóvenes son capaces de torturar, incluso matar a otros jóvenes, a veces conocidos o compañeros. A esta historia de violencia y a veces de horror nos acercan a veces los medios de comunicación, otras veces nuestra tarea profesional. Los crímenes los realizan los
jóvenes contra otros jóvenes, o contra personas discapacitadas, o contra sus familiares. Los crímenes cometidos por jóvenes que a menudo son noticia se producen entre vagabundos, extranjeros, pobres ancianos y marginales lo que permite a menudo a la opinión a atribuirlos en parte a las malas influencias de una sociedad, la nuestra, con muchas carencias y serias fisuras en la integridad y en la ética. No es posible rechazar la certidumbre de que la corrupción, la comisión de delitos por parte de sujetos del aparato del poder, la falta de ética por parte de personas relevantes de la vida pública no han de tener influencia en la génesis de las conductas violentas de algunos jóvenes. Tampoco tenemos dudas respecto a que gran parte de las carencias educativas y de graves problemas en el contexto y la dinámica de la familia están vinculados genéticamente con la violencia juvenil. Sin embargo la mayoría de los estudios realizados sobre crímenes cometidos por los jóvenes no permiten entender el origen y el proceso genético de los mismos. A menudo son referidos a anomalías psicopatológicas. La esquizofrenia es a menudo invocada en este sentido. Pero atiende más este interés al enfoque del problema de la responsabilidad jurídica y social y nada nos dice sobre las motivaciones o sobre el proceso dinámico profundo que conduce al crimen. Tampoco sirven aquí las referencias constitucionalistas que pretendían vincular, otra hora "el carácter y el destino", hoy felizmente abandonadas. En las publicaciones se consideran en general las características del delito, las de las medidas judiciales, la edad, los parámetros de referencia social, pero están poco presentes algunas cuestiones de la dimensión genética. Es por esto que en este trabajo intentamos reflexionar y poner en relación la escena sombría.
La de la violencia, la tortura, el abuso y el asesinato con el crisol donde se ha cocinado la escena dramática, la del acontecer familiar. Es en el seno de la familia donde se acrisolan estos hechos. Pero allí en la familia, donde se incuba la violencia es también muy a menudo el lugar en que se producen los hechos, la Escena Dramática. El parricidio hace así irrupción en el transcurso de un relato de hechos sombríos. Señalaremos aquí algunos de los rasgos fundamentales del proceso que engendra estos dramas. Lo haremos a propósito de las regencias de la cultura y de las experiencias que nos aporta la clínica.
El Joven Cruel
Algunos hechos que están presentes en la experiencia común y en nuestra cultura merecen alguna consideración. Los niños en los juegos representan imágenes y relatos que tiene un contenido de violencia y a veces de crueldad. Así ocurre con muchos de los juegos de Policías y Ladrones, o de indios y vaqueros. Se incluyen celdas, prisiones, castigos, ataduras, postes de tortura y muerte. La significación de estos juegos puede ser puesta en relación con el desarrollo de motivaciones de índole agresiva a las que se da cauce de expresión. Pero también, con actividades cuya finalidad es la contraria la de superar los temores y los fantasmas que la sostienen.
No obstante como hace notar Levobici, algunos niños dan rienda suelta y liberan impulsos y conductas crueles sobre sus compañeros, particularmente sobre los más jóvenes o sobre los que no tienen capacidad de defensa por padecer alguna minusvalía o por ser temerosos o retraídos.
En ocasiones se establece una extraña alianza entre la víctima infantil y su verdugo a través de los convencionalismos de un juego que permite que la crueldad, la tortura y el daño puedan entrar en la escena. Algo parecido sostiene a las experiencias de abusos sexuales en esa época del desarrollo.
Las conductas crueles pueden hacer acto de presencia en la infancia y en la juventud a través del disfraz del juego. Pero también pueden hacerlo como continuidad de hábitos que definiremos como perversos. Michaux que se ha ocupado específicamente de niños con este problema, emplea el término de perversidad para definirlos. Sujetos que están mostrando una amoralidad y una crueldad notables en sus conductas y que andando el tiempo conducen a la delincuencia y al crimen. El comportamiento de estos niños es cruel, se dedican a perseguir, torturar y matar animales pequeños, como insectos a los que arrancan alas y patas, pájaros que atacan con tirachinas, arrancan los ojos o queman las patas, hieren o estrangulan.
Se podría plantear a propósito de estos hábitos perversos, integrar estas conductas con otros rasgos de estos individuos en una estructura psicopatológica precisa, bien sea la de los comportamientos extraños de jóvenes que ponen en marcha un proceso psicótico esquizofrénico; o bien la puesta en escena de un proceso de evolución de la personalidad hacia la constitución de una caracteriopatía o psicopatía grave.
No obstante, tanto en el caso de los juegos, en los que el límite entre lo que es un proceso reparador o compensador de temores y lo que es la línea que conduce a la crueldad real, no son tan fáciles de delimitar en un momento dado. Pero también en el caso de la violencia con animales podemos tener límites borrosos. ¿Cómo distinguir el juego de un niño con un tirachinas-un pequeño cazador- del intento de identificación con su padre cazador avezado que utiliza armas mas sofisticadas que el tirachinas del pequeño?.
De cualquier forma deberíamos decir, en primer lugar, que pocas veces un niño es llevado a la consulta psiquiátrica por practicar estos juegos o por estos hábitos. En segundo lugar, que así como la consideración de las conductas puede ofrecer la posibilidad de explorar e identificar tratarnos de la personalidad, las motivaciones o el juicio, no permite establecer el riesgo que presenta el sujeto. En tercer lugar que constituyen una invitación a intervenir y prevenir, en lugar de tener que hacerlo más tarde sobre las conductas de agresión o violencia interpersonal.
Gabriel es un chico de corta edad, que comienza con hábitos crueles con animalitos, que a los ocho años ya lidera una pandilla de chicos de 12 a 14 años. Que escapa de casa. Duerme en coches aparcados. Roba en los mercados. Presionado por los padres es internado en una institución tutelar. Tras varias vicisitudes intenta asesinar a su padre.
El drama familiar cuando la violencia y la crueldad se vuelcan sobre la propia familia tiene un libreto, un guión diferente que en cada caso depende de las distintas características del joven asesino, de las distintas vicisitudes de la historia familiar y de la diferente organización y relaciones entre los miembros de la familia.
Así consideramos a continuación, en primer lugar, la figura del joven violento, cruel o asesino. Después lo haremos de la familia como origen y como encuadre de estas conductas.
El Joven extremadamente Violento
Hemos hecho referencia antes a las conductas de juego y a los hábitos crueles en los niños. Sin embargo debemos insistir que la frecuencia de las conductas de intento de asesinato o de asesinato, como la que hemos referido a propósito de Gabriel, son poco frecuentes. Por lo común las conductas de extrema violencia, los
casos de sujetos que matan a sus padres son poco frecuentes y se reclutan entre adolescentes mayores y jóvenes. Los crímenes de sujetos muy jóvenes son crímenes horribles, en general; Crímenes atroces que, en general, se inscriben en el marco de la irrupción de un proceso psicótico-esquizofrénico. A menudo estos crímenes son la primera manifestación del proceso psicótico del chico. Algunos autores han descrito formas pseudopsicopáticas de la esquizofrenia que vinculan a estas conductas criminales.
Las publicaciones en general recogen datos de pocos asesinos que están internados en instituciones psiquiátricas penitenciarias. Listan una población que oscila entres los 13 y 18 años, intelectualmente normales (solo un 0,5 % son deficientes mentales), que están diagnosticados de esquizofrenia en un 15 %; de depresión en un 50 %; y de psicopatía un 35 %.
Se plantean aquí muchas cuestiones de matices y de consideraciones sobre la personalidad propia de estos sujetos. Es difícil definir una estructura de personalidad previa y conducente al tipo de psicopatía que puede conducir a la conducta criminal del tipo de las que aquí estamos considerando. Algunos han querido vincular las conductas infantiles descritas en torno a lo que los autores franceses han definido como perversidad en la infancia. Una forma de perversión precoz, a caso postulada como constitucional por algunos, que describe a niños dispuestos a cometer los comportamientos más extraños y atroces sin ningún sentimiento de culpabilidad. Tal y como si estos sujetos fueran incapaces de adquirir un sentido de la moral y de la ética.
Frente a estas tesis constitucionalistas, otros autores como Bowlby, han señalado la importancia de las dificultades vinculadas con el soporte afectivo y las frustraciones precoces en la primera infancia, en tanto la influencia que estas pueden tener en el establecimiento y la consolidación del super-yo. Esta reflexión se dirige primordialmente a la consideración de lo que ocurre entre el niño y la familia y los educadores en cuanto compromete a la organización de la conciencia moral.
A través de unas y otras posturas se intenta comprender a sujetos que presentan el rasgo de ser incapaces de controlar sus impulsos o los fantasmas de su mente como consecuencia de la deficiente organización de su personalidad, como se postula en el caso de los jóvenes perversos. O en otros casos como consecuencia del descarrilamiento del pensamiento y de la comprensión de la experiencia, como ocurre en los sujetos en los que irrumpe una enfermedad esquizofrénica.
Para la teoría psicoanalítica el deseo parricida esta en el centro del proceso de desarrollo de la personalidad. El mito de Edipo se ciñe sobre la fatalidad que conduce al incesto y al parricidio. Para el psicoanálisis la resolución de la situación Edípica está ligada a la constricción del super-yo. El Drama y la Fatalidad se esfuman en tanto que el narcisismo primario se proyecta como sentimiento de estima y conduce a la construcción del ideal del yo y a la del superyo. Estos rigen ahora los impulsos y establecen las referencias morales. La presencia física del padre que era detestable al interferir las relaciones que la dependencia biológica hizo construir con la madre, no es ahora inconveniente. La presencia del educador o del padre personifican el ideal del yo, transforman y reconducen los impulsos anteriores. Las dificultades en el proceso de proyección del narcisismo primario conducen a la interferencia en el establecimiento de identificaciones primarias, a problemas en la organización del Ideal del Yo y a carencias en la construcción del Superyo.
Aún hemos de hacer otra consideración a propósito de las teorías psicodinámicas, ahora en relación con los planteamientos de Abraham, Anna Freud, Melanie Klein, y Fairbairn. Algunos autores conectan aquí con otro mito de nuestra cultura, ahora no se invoca el incesto y el parricidio, lo que se trae a colación es el filicidio. Algunos proponen que el elemento principal de la tragedia de Tebas no radica en el hecho de que Edipo dé muerte a su padre para poseer a su madre, sino en la decisión del padre de mandar a matar a Edipo para evitar que estos hechos puedan ocurrir. En la tradición judeo-cristiana se relata como Dios pide a Abraham que sacrifique a su hijo, Isaac. Así la circuncisión en la tradición judía es considerada como símbolo de la alianza con Dios que a cambio del sacrificio del hijo requiere el sacrificio, como señala Levobici, de "una parte simbólica de su virilidad". De este modo la castración es un requisito para mantenerse en la vida, para incorporarse al contexto social. De hecho en muchas culturas la circuncisión forma parte de los ritos de paso a la vida adulta. Esta es, pues, la situación edípica invertida, pero también es simbólicamente el sometimiento a la figura del padre.
Para Anna Freud los juegos y las fantasías de guerra son una respuesta defensiva frente a la angustia de castración. Como para Klein y Fairbairn los impulsos orales destructivos, que ha descrito Abraham, expresan una relación con el objeto agresiva. Traducen el deseo de devorar a la madre, al pecho, que quieren incorporar a bocados. Así el objeto maternal incorporado se convierte en objeto malo. De este modo resulta que el objeto deseado es al mismo tiempo el objeto amenazante. El pecho bueno incorporado se transforma en pecho malo. Para estos autores en estas fantasías de la vida psíquica está el origen de la organización precoz del superyo y su persistencia podría explicar las conductas criminales en la infancia.
De este modo, para algunos, la insuficiente organización del superyo, para otros la angustia de castración, o la angustia esquizoparanoide, constituyen el soporte del paso de un impulso o de una fantasía o de un juego a la realización de una conducta cruel, de una violencia o de un acto criminal en el seno de una familia.
Sin embargo quiero afirmar que si bien todas estas consideraciones permiten establecer una relación entre las conductas violentas y las teorías psicodinámicas sobre la concreción de la conciencia moral, no explican en modo alguno como desde el juego simbólico o desde la fantasía se pasa al asesinato.
Por mi parte debo afirmar que la experiencia terapéutica enseña que en los niños estas fantasías aparecen en sus juegos, y particularmente en el proceso de las terapias de soporte lúdico. En sus juegos el sujeto ataca, daña, destruye a figuras de su sistema familiar de una manera proyectiva o simbólica, a menudo el padre o la madre. Ello a quien no está familiarizado con estos procesos podría producirle un escalofrío. En la práctica la expresión de estos impulsos y sentimientos permiten su reintegración y la construcción de la conciencia moral o el saneamiento de la misma. El proceso de reconocimiento y consideración permite elaborar y reintegrar las fantasías y sentimientos agresivos.
Las Perturbaciones de la Familia
Diversas perturbaciones y dificultades del medio familiar tienen gran influencia en la disposición y en la determinación de conductas violentas en su seno.
Es necesario hacer referencia a distintos modos de explicar el doble vínculo. En ocasiones representa una hipocresía en los padres o el intento de acallar sus sentimientos de culpa. Lo es así, porque una madre que deja desde muy pequeño a
su hijo en la guardería y a la vez intenta el sentimiento de haberlo abandonado llenándolo de continuos regalos, no repara su ausencia y la falta de sus cuidados con ello y dispone al hijo hacia ella con agresividad cuando éste percibe esta conducta como un engaño. En otras circunstancias, la doble vinculación, dificulta la capacidad de reconocimiento, interfieren la consolidación de la identidad, y el proceso de autoafirmación. Ahora la agresividad puede volcarse hacia la madre que con su actitud conduce y mantiene la confusión.
Matar a la madre, el matricidio, es, para la mayor parte de los autores, lo más sombrío, el máximo exponente de la crueldad, la máxima expresión del odio hacia la misma. En la mayoría de los casos se acumulan las frustraciones y las privaciones que el sujeto vincula con la relación con la madre. La comprensión de cada conducta matricida es solo posible contemplando y valorando los hechos y la experiencia contenida en la relación madre-hijo. Esta perspectiva nos puede ayudar a entender como los impulsos criminales del hijo no podían haber tenido otro destino. En esta relación madre-hijo han podido prevalecer la falta de atención, de afecto, de reconocimiento. A lo que se ha podido sumar la hipocresía, y la traición al sentido de la relación como puede ocurrir en algunos casos de doble vínculo. Relación a la que se han podido sumar además experiencias de dolor, de pérdida, y de humillación. Luís, que ha tenido un altercado con su madre, termina agrediéndola con un cuchillo de la cocina con intención de matarla. La ha herido en una pierna. La aparición de la sangre le ha hecho detenerse y recobrar el control de sí mismo. Luís había sido siempre un niño retraído. Su madre le hacia objeto de desprecios, desvalorizaciones, falta de afecto y rechazo. Al llegar a su casa se había enterado que la madre había mandado a matar el conejito que él cuidaba y que era depositario de su retraída y solitaria afectividad.
Los relatos que, como el anterior, vulneran la integridad y la estima invitan a entender la aparición de algunas conductas agresivas como justificadas. En algunas de las referencias que vamos a hacer a continuación, desde el punto de vista de los actores de la escena familiar e incluso de algunos de sus espectadores, aparece el crimen como justificado, como justiciero. Como el imperativo de "hacer justicia".
En la mitología el crimen de Orestes que ayudado por su hermana Electra mata a su madre Clitemnestra es ejemplo de ello. Orestes ha sido conminado por el oráculo de Delfos a hacerlo, incluso ha sido amenazado con múltiples perjuicios si desistiese de ello. Así asesina a su madre y a su amante Egisto que habían dado muerte a su padre Agamenon a su vuelta de la guerra de Troya.
Algunos autores han querido ver en estos casos en los que el asesinado ha sido motivado por la infidelidad de la madre al padre, la presencia solapada de tortuosos conflictos de deseos incestuosos en el hijo. Se trata de esta manera de reintroducir aquí el complejo de Edipo. Jones lo hace a propósito de la idea de que Hamlet intenta poner fin así a sus tentaciones incestuosas. En defensa de la integridad de la personalidad de Hamlet que se encuentra sumergido en el drama de que su madre a la que amó y aun ama ha conspirado con su tío en la muerte de su padre, debo reseñar que su discurso busca la justificación del parricidio. Que no estamos aquí en un solapamiento de impulsos incestuosos, sino antes bien, en un conflicto de lealtades que conduce a una tragedia de lo que puede uno tomar conciencia más clara en la observación de la escena de la obra: V T.
La importancia de los problemas de lealtad en el contexto de la familia toman mayor importancia actualmente en la medida en que la influencia de la sociedad y de la cultura tienden a disolver la fortaleza de los lazos familiares. La tragedia es hoy más próxima que en la literatura. Antonio, con 16 años, ha apuñalado varias veces a su madre. El era conocedor de que ésta se prostituía para obtener dinero para jugar al
bingo. Esta lo amenazaba de mantenerlo en secreto. Estaba sometido a esta tensión y al sentimiento de lealtad hacia su padre, abnegado trabajador atento a su familia. Le aterraba que éste pudiera descubrir las conductas de la madre. Rafael, con 15 años, hermano mayor de una familia monoparental, compuesta por el y dos hermanas de 6 y 4 años, envenena a su madre con matarratas. Esta lleva una vida sórdida, promiscua. En el último tiempo se exhibía con sus comportamientos de forma desvergonzada delante de las hermanas pequeñas. Aquí es la lealtad hacia las hermanas la que induce al matricidio, ya que con anterioridad mientras la madre había mantenido una conducta discreta estos impulsos no habían aparecido. En unos y otros casos parece confirmarse más la importancia de los conflictos que afectan a la lealtad que los planteamientos edipicos.
En estos dramas en los que el asesinato y el crimen se hacen presentes hemos de destacar los conflictos de interdependencia. Generalmente un problema de dependencia recíproca entre las madres y los jóvenes. La madre en la mayoría de los casos, el padre en ocasiones, en todo caso en circunstancias que revelan que no se ha dejado al joven ninguna autonomía. Es por esto que este tipo de crímenes raramente se da en adultos, ya que una vez que ha pasado la adolescencia también ha pasado la intensidad del vínculo que limita la autonomía, por lo que la tensión en esta relación ha disminuido. Así el padre o la madre sobreviven al riesgo de muerte en la medida en que el joven en conflicto por la autonomía se distancia de ellos. Solo cabe aquí señalar una salvedad, la de la hija o el hijo cuyo vínculo de fusión y dependencia con la madre se prolonga a lo largo del tiempo. En estos casos, en ocasiones, se conducen hacia dramas vinculados con el temor a la soledad o al abandono. Así pueden producirse asesinatos, a veces combinados con suicidios en sujetos ya mayores.
Para Duncan el potencial homicida de un joven en estas situaciones de conflicto por la independencia está en relación con varios elementos, con la hostilidad que es expresada por él mismo tanto a nivel verbal como en las conductas de relación con la madre o con el padre; con la capacidad de control de los impulsos; con la carencia de alternativas no violentas para afrontar el problema; Y con los sentimientos de desesperanza. Conviene señalar aquí que en nuestra opinión, que coincide con las de Nack, Hacht, y Duncan, además de las características del vínculo y de la relación con el proceso de independización, un elemento muy importante es la actitud que tenga la víctima, particularmente cuando ésta es provocativa, descalificante o despótica. Pedro de 15 años, que ha herido a su madre en la cabeza con un leño, expresa a propósito de sus instigaciones: "coño, se lo estaba buscando".
Estas especies de justificaciones no evitan el sentimiento responsabilidad, en este tipo de casos, y los que afectan al compromiso de lealtades. En la mayor parte de estos sujetos aunque media el sentimiento de haber hecho justicia, de la inevitabilidad del hecho violento, pasan después del mismo un periodo de tiempo en el que su conducta y su funcionamiento mental está en mayor o menor grado desorganizado, donde existe cierto grado de confusión. Un periodo en que intentan asimilar la tragedia, la fatalidad de los hechos y los confusos sentimientos de pérdida de la figura parental asesinada y el sentimiento de responsabilidad personal.
En otros casos la violencia y el asesinato se inscriben en el marco de las relaciones familiares en las que el compromiso, la intervención o la cooperación con los otros en el desencadenamiento del comportamiento violento es importante. A menudo la relación que lleva al drama es un compromiso triangular. En la mayoría de los casos el joven se ve impulsado a la violencia contra uno de los padres que vive como odiado porque lo vive como rival de su relación con el otro cónyuge. En ocasiones el
esquema aquí es bastante edípico y algunas cuestiones tienen que ver con la sexualidad como veremos mas adelante. Lo cierto es que las intensas emociones y tensiones en estas relaciones triangulares, como señala Rizzo, hacen difícil predecir quien será el asesinado, si el amante o el amado.
Para Sargent el joven que mata a uno de sus padres es el agente inconsciente del otro padre. En estos casos el joven que ha cometido un asesinato lo ha puesto en marcha como si nunca antes hubiera tenido esta intención. A menudo porque él ha sido incorporado a los conflictos de la pareja por uno o ambos cónyuges. En algunos casos alineándose con uno de ellos y situándose como protector del mismo, que generalmente es el que les ha posicionado contra la víctima. El joven asesino no se plantea aquí una razón inconsciente de rivalidad edípica para agredir al padre o a la madre, sino que se suma al alineamiento y coopera contra un padre que a menudo es instigador de esta alianza. En estas díadas de cooperación, en este tipo de compromiso, el joven se hace sensible a los deseos escondidos del cónyuge con el que coopera. Mantiene en las interacciones de la familia un incremento de la tensión proporcionalmente directo al grado de participación en la alianza e inversamente proporcional a su propia madurez y autonomía. Aquí el joven se comporta como el "bucoemisario" de las dificultades de la pareja parental. Es a la vez de forma inconsciente asesino y víctima en una conspiración triangular.
A menudo, el hijo implicado en esta serie de hechos, tiene alguna minusvalía física o psicológica o alguna dificultad que le hace ser especialmente accesible de reconocimiento, influencia o seducción.
No infrecuentemente estos conflictos familiares que llegan a implicar a un hijo en la muerte de uno de los padres se producen en familias "normales", donde la violencia, el odio, el sadismo y las tendencias incestuosas están disimuladas.
Los compromisos que conducen a estas tragedias familiares en ocasiones comprometen a otros hermanos. Son un compromiso de grupo. En algunos de los brutales asesinatos que han llegado a la prensa, los hijos han asesinado cooperando con la madre a un padre con un comportamiento despótico y violento con ésta y con otros miembros de la familia. Nuevamente aparecen en estos casos las justificaciones y la evitación de las restricciones de la moral. Así las justificaciones van desde la inevitabilidad a la necesidad o a la fatalidad y el destino. Entre los comprometidos se establece el lenguaje y las actitudes de una conspiración silenciosa. Así en la escena que vemos del Príncipe de las mareas. V T
En estos conflictos familiares uno de los miembros es el delegado para el asesinato. En la secuencia de los hechos la víctima se convierte en objetivo del hijo que va a materializar el núcleo del drama, el asesinato. El joven incrementa su cólera en la medida en que la víctima le instiga de una u otra forma. El clima emocional se tensa. Los otros implicados estimulan la reacción de éste. Se produce la escena cuando la crisis y el odio conducen hacia la acción punitiva como descarga catártica. El impulso toma el lugar de la expresión verbal y de la expresión emocional. Después el sujeto, confuso, pero aparentemente tranquilo recobra su equilibrio, probablemente sin tener una medida exacta de lo que ha pasado. El impulso ha sido posible, ha sido desencadenado en el marco de un estrechamiento de la conciencia provocado por la intensidad de las emociones. El sujeto ha seguido adelante hacia la comisión del acto violento, empujado por su tensión emocional y estimulado por las señales y las intervenciones de los otros implicados y hasta por la propia víctima. En la novela de Dostoievski se considera como lo hace Dimitri Karamazov: ¿por qué
es necesario que un hombre como éste viva? Decidme…si se debe permitir dejarle que deshonre por más tiempo la tierra con sus vicios. Texto de los H. K.
Para Dostoievski en esta red de relaciones está comprometido con el parricidio" ¿quién no desea matar a su padre?" Ivan K. se responde a sí mismo "todo el mundo". En este tipo de encuadre los miembros de la familia participan del deseo de matar al padre, todos participan en la responsabilidad. El que ejecuta la violencia es probablemente aquel que tiene menos resistencia a hacerlo.
En las familias, en ocasiones las crisis y las amenazas están provocadas entre partidarios de distintos bandos que dan lugar a que la estabilidad se vea amenazada. Al desencadenarse la violencia se desencadena también el peligro de escisión de la misma. Así para estabilizarse la familia puede hacer confluir las instigaciones y la violencia hacia uno de sus miembros. Así la desviación única, que protege a la familia de su disolución es a la vez una forma de conspiración familiar que puede conducir en un clima de brutalidad y violencia a victimizar a un progenitor déspota y violento, en ocasiones abusador sexual, legitimando su cooperación y su actuación en base a la justificación a través de las razones que les unen.
La sexualidad es uno de los temas más relevantes en los dramas de las familias en las que se produce una conducta parricida. El parricidio es en algunos casos de intensos problemas, la única solución a los problemas de la independencia, de las alianzas, y del abuso sexual, la última solución cuando no se encuentran soluciones en la intimidad de los sujetos, en su familia, o en los recursos extrafamiliares. El odio aumenta en la medida en que son incapaces de resolver los conflictos. La desesperación aumenta en la medida en que los recursos extrafamiliares han resultado ineficaces o han conducido a un acrecentamiento de la situación de amenaza y sometimiento. El parricidio se justifica por la convicción de que el padre o la madre por su perfidia "merecían" ser asesinados. Ello permite eludir la intervención del principio de realidad y de la conciencia moral.
En el desarrollo de algunas de estas familias en las que se produce un asesinato, se han sumado distintos factores que contribuyen a la predisposición y desencadenamiento de la violencia. Así ocurre con el mantenimiento de unas creencias religiosas rígidas y primitivas, la experiencia continuada de la violencia y de prácticas sexuales bizarras que corresponden a distintos tipos de abuso sexual. En muchas de estas familias el padre es la figura principal en los conflictos familiares como consecuencia del control que ejerce sobre los miembros de la familia, por su agresividad y por su actividad sexual.
Maria Luisa, había agredido a su padre con la intención de matarlo. Es la mayor de una familia de cinco hermanas, todas solteras. Su padre es especialmente estricto con la sexualidad extrafamiliar. Le tiene prohibido a sus hijas que tengan cualquier tipo de intimidad con los chicos. Las ha amenazado de que si lo hacen sin su aprobación las "mataría". Sin embargo el padre al llegar las hijas a la pubertad iniciaba las relaciones sexuales con ellas con las que ejercía esta actividad como un derecho que se atribuía. El derecho de iniciarlas sexualmente y de ocuparse de sus supuestas necesidades de mujer. El desencadenamiento del intento de asesinato se produce cuando la menor de las hermanas al ser abusada por el padre desencadena un episodio psicótico. Esto sirvió de factor precipitante para que se produjese un compromiso de las hermanas para matar al padre y abandonar a la madre, a la que dicho sea de paso culpan en parte por haber sido consentidora de estos hechos, ya que de esta manera se libraba de las obligaciones sexuales para con su marido, que siempre la había agobiado requiriéndola a veces varias veces en la noche. Así Maria Luisa acepta el papel de hacer el "trabajo sucio". La exploración
de Maria Luisa permite comprobar, sorprendentemente, la ambivalencia de ésta hacia el padre, al que por untado considera cariñoso y con el que le une una cierta afinidad afectiva y al que a su vez odia por su desapego, por la manera que controla su autonomía y por la brutalidad de su comportamiento sexual.
En general en los casos de incesto la madre esta comprometida en la aceptación y en el encubrimiento de los abusos. María hace un intento de suicidio después de haber amenazado a su madre, que la trataba de convencer de que abortara el embarazo que tenía del padre. Es una de las tres hijas de una familia, todas ellas con un nivel mental deficiente. Todas ellas con una larga historia de abusos sexuales por parte del padre. Dos de ellas madres de tres hijos que figuran como si lo fueran del matrimonio.
Algunos jóvenes, como Antonio de 19 años que acude desesperado a la consulta psiquiátrica, han mantenido desde la infancia un lazo de intimidad demasiado estrecho con la madre, hacia la que ahora pueden tener confusos y violentos impulsos. Al llegar a la adolescencia, Antonio fue forzado por su madre a tener frecuentes relaciones sexuales con ella. Lo que viene afrontando desde hace varios años. En general debemos señalar que estas estrechas e impropias relaciones desde la infancia al llegar a la mitad de la adolescencia tienen tendencia a transformarse en sexuales como consecuencia de la presión del padre comprometido en esta estrecha relación. A veces con el impulso favorecedor que le imprime de un modo encubierto el otro cónyuge, que por otro lado suele obtener algún beneficio secundario de ellas.
El más repulsivo y brutal de los casos que parecen en las publicaciones entre los casos de matricidio; citado por Lelos, es el de un chico de 19 años, que había mantenido con alguna frecuencia relaciones sexuales con su madre. Este inicia una relación intima con una chica. Al enterarse su madre le insulta, le coacciona, le arremete y en un arranque de furor le fuerza a mantener relaciones sexuales con ella inmediatamente. A la noche el chico apuñala a su madre mientras duerme y le saca los ojos y el útero con sus propias manos. Por todo comentario expresa al respecto las razones por las que lo había hecho: "ella era mala".
La prohibición del incesto, como el parricidio son en todas las culturas una norma fundamental que no puede ser referida a la organización nuclear de la familia. Pero tampoco a la organización patriarcal. Para Freud la familia no puede organizarse hasta que los hermanos pertenecientes a la "horda primitiva" llegan a un acuerdo para establecer el culto totémico del padre. La sociedad, al estilo del planteamiento de Freud en Tótem y Tabú, tiende a tener reacciones de rechazo hacia el parricida. Provocan reacciones parecidas a las que producen los actos de sadismo y perversión sexual. En nuestro medio vivimos este rechazamiento y a la vez con demasiada frecuencia un tratamiento en los medios de comunicación que puede ejercer una influencia inconveniente, por que puede favorecer que algunos jóvenes se vean avalados para justificar sus impulsos y realizar conductas criminales del estilo de las que hemos descrito antes. Los jóvenes con riesgo de convertirse en criminales se conducen frecuentemente a través de un agravamiento de la alteración de su personalidad, con un aumento de su tensión emocional, hacia un endurecimiento de su carácter. La presión de las circunstancias familiares en las que viven y la influencia del medio extrafamiliar, las instituciones y los medios de comunicación favorecen su transformación en jóvenes y adultos jóvenes con gran riesgo de convertirse en asesinos.
Debo concluir afirmando que el más sombrío drama de la familia, el más patético escenario de la violencia, donde tiene escaso sentido plantearse justificaciones,
conduce a la víctima hacia la muerte, y a su asesino hacia un destino de soledad, de dolor y de locura.
Epílogo: La violencia en la familia puede ser un proceso en escalada. Cuando se llega a un punto crítico de la tensión intrafamiliar la secuencia dramática puede desencadenarse. En este momento cualquier movimiento en las alianzas familiares, cualquier instigación, cualquier coacción externa, pueden iniciar la tragedia. Ya no es posible detenerla, la fatalidad conduce al destino tenebroso en estos casos. El parricidio es un espanto que solo es posible prevenir cuando con antelación intervenimos sobre la configuración de los diferentes elementos que hemos considerado mas arriba. Aun cuando en ningún caso podamos predecir esta evolución de la violencia familiar extrema estamos obligados a considerar su posibilidad e intervenir sobre los elementos que tiene una fuerte afinidad con el drama familiar, ya que ulteriormente la restauración es imposible para el sistema familiar.
Sevilla Otoño de 2006